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diseÑador y avance tecnolÓgico

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Por Javier Carlo

Javier Carlo

 

Nadie espera que un diseñador sea –en rigor– un científico, en cambio, existe la falsa creencia de que éste suele ser un técnico. Creencia que comúnmente es reforzada por los mismos diseñadores, como resultado de un mal entendimiento de la profesión.

El diseño, en términos amplios, pretende hacer una descripción de la realidad. En consecuencia, el diseñador debería comprender la dinámica bajo la cual surgen los fenómenos comunicativos y hacer una serie de propuestas que –en una u otra medida– los expliquen, a la vez que les brinde una solución de corte práctico. He ahí la dualidad del diseñador, en tanto que habría de concebirlo en función de su capacidad de análisis y su habilidad para resolver problemas de comunicación, sin remitirnos exclusivamente al dominio de una técnica.

Autores como Norberto Cháves o Paul Mijksenaar han puesto especial énfasis en esta concepción dual, toda vez que se requiere hacer explícita la importancia de comprender el contexto bajo el cual se mueven los clientes, los usuarios y el mismo mercado, así mismo, se producen los cambios que les afectan. El diseñador ya no es –propiamente– aquel que emplea un solo lenguaje o un conjunto de técnicas, sino aquel que es capaz de detonar una serie de cargas sígnicas lo suficientemente poderosas para incidir en la dinámica social, incluso transformarla.

Los medios de comunicación han evolucionado de tal forma que han facilitado el quehacer del diseñador, al poner en marcha una serie de soportes cada vez más maleables, esto es, que nos brinda un conjunto de herramientas que opera sobre la ejecución de la propuesta y sus componentes estructurales, más no así sobre una lógica conceptual sólida, que depende en exclusiva de la persona, no de la máquina. En ocasiones, el abuso de tales herramientas llega a menguar no sólo la propuesta de diseño sino la creatividad del mismo diseñador, trayendo como consecuencia una especie de ‘Frankenstein’ visual, lo que Norberto Cháves –por ejemplo– calificaría como diseñismo, no como diseño.

Error que a nivel profesional se presenta cada vez con más frecuencia.

Hoy por hoy, el avance se percibe más que nada a partir de la especialización técnica y el surgimiento de nuevos aparatos que, lejos de dudarlo, nos resuelven muchos problemas, sin embargo, no nos dan pie a reflexionar sobre otras cuestiones de igual o mayor importancia que también afectan al diseño como profesión. La más evidente –quizá–, la desvaloración de los procesos cognitivos y por ende de una propuesta de diseño que parta de un buen análisis comunicativo.

Cuestiones tales como las rupturas espacio temporales, que hoy día nos permiten rebasar los límites del cuerpo y transitar por situaciones que difícilmente llegan a ocurrir en tiempo presente, haciendo la vida cada vez menos lineal. O bien, la generación y demanda de datos en exceso, paradójicamente poco aprovechables, toda vez que el usuario procura asimilar la mayor cantidad de información en el menor tiempo posible, siendo partícipe de ella y teniendo la posibilidad –incluso– de modificarla, lo que no es ajeno a la labor de diseño.

También, la despersonalización de las relaciones humanas y todos aquellos trastornos que ésta ocasiona a nivel social: la invención y el blindaje de los espacios, la experiencia artificial o el desdoblamiento, por citar sólo algunos.

No menos importante, la organización del trabajo, cada vez más ágil y precisa, que nos obliga a replantear la manera en que desarrollamos una propuesta. Así, el diseñador aprende el manejo de nuevas técnicas y aparatos, pero también se involucra en la dinámica social en la que surge la propuesta de diseño, comprendiéndola. Desde la definición del problema de comunicación, la elaboración de planteamientos, la consulta de fuentes, la recopilación de datos, así como su procesamiento y síntesis, hasta una serie de ideas que ha de probar contra la necesidad que exige ser resuelta, y en la medida de lo posible contra el mismo usuario.

La evaluación, en este sentido, es primordial para corroborar la efectividad del diseño y en dado caso hacer las modificaciones que éste requiera. Aspecto que no siempre había sido considerado frente a las ventajas que una prueba trae consigo.

Al final del proceso, es importante señalar que no existe una manera única de hacer las cosas, lo cual es válido en tanto que la metodología del diseño ahora es menos lineal, como resultado de esta perspectiva integral acerca del quehacer del diseñador.

Más allá de la especialización de los soportes, el avance tecnológico no tendría porqué opacar la responsabilidad que el diseñador tiene como comunicador, en tanto que como profesional no puede relegarse –en ningún sentido, contextual o técnico– de los cambios que actualmente experimentamos.

 


Javier Carlo
Maestro en Comunicación por parte de la Universidad Internacional de Andalucía (UIA), España, y es Licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), México. En la actualidad, cursa la Maestría en Administración de Tecnologías de Información, en la Universidad Virtual del Sistema ITESM. Profesor del departamento de Comunicación y Arte Digital del Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México, y profesor del postgrado en Gestión e Innovación Educativa de la Universidad Motolinía del Pedregal.

 


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